El viaje a Marruecos llevaba pendiente en nuestra lista desde hacía mucho tiempo, así que nos decidimos por fin a conocerlo. Comenzamos nuestro viaje en Fez, donde pasamos dos días antes de viajar a Marrakech y descubrir esta mágica ciudad.
Llegamos a Fez muy tarde por la noche, así que no pudimos hacer mucho más que acomodarnos en nuestro riad, ubicado en plena Medina, y acercarnos a una tienda a comprar un poco de agua y algo de comer para pasar la noche. La verdad es que la primera impresión de la ciudad no fue muy buena. En los pocos metros que caminamos entre el alojamiento y la tienda lo único que vimos fueron gatos que campaban a sus anchas entre la basura que se acumulaba a ambos lados del callejón, dando a la zona un olor muy desagradable.
TOUR GUIADO POR LA MEDINA
Nos fuimos a dormir con la esperanza que al día siguiente todo hubiera cambiado. Habíamos contratado los servicios de un guía para que nos mostrara la laberíntica Medina, la mayor zona peatonal del mundo. La idea era aprovechar el tiempo al máximo y perder el miedo a caminar solos por esta zona llena de callejones en los que es bastante sencillo desorientarse. En poco tiempo nos vimos andando entre burros, motos, carros cargados de fruta y puestos de comida y ropa. El ambiente de Fez nos cautivó enseguida y cambió nuestra opinión de la noche previa.
Nuestra primera parada nos llevó a la Puerta Bab Boujloud, la más famosa de las entradas a la Medina de Fez. Es conocida también como puerta azul por el color de los ladrillos que la decoran. Por esta puerta salimos inicialmente de la Medina para conocer la Plaza Boujloud, rodeada de las murallas que protegen la ciudad. Según nos explicó el guía, este lugar fue en su momento un nido de cuentistas y encantadores de serpientes, parecido a la Plaza Jamaa El Fna de Marrakech. En la actualidad se usa como parking y ha perdido casi todo su encanto.
Nada más atravesar la plaza nos adentramos en el Jardín Jnan Sbil, un oasis en medio del caos de Fez. Paseamos tranquilamente protegiéndonos del intenso calor que ya a primera hora de la mañana nos apretaba. Allí hicimos algo de tiempo hasta la hora en que los principales puntos de interés abrían sus puertas.
Y el primero de ellos fue la Madrasa Bou Inania, una escuela islámica construida en el siglo XIV. Su arquitectura y el detalle de su ornamentación nos parecieron verdaderamente preciosos. Allí, nuestro guía nos explicó todos los procesos previos a cada uno de los cinco rezos diarios que debe llevar a cabo cualquier musulmán practicante, así como la importancia de acudir al hammam al menos una vez a la semana para lavarse, a modo de purificación.
A partir de allí comenzamos un continuo devenir de callejones, pequeños zocos y tiendas, hasta el punto en el que estábamos seguros que no hubiésemos sido capaces de regresar al riad sin la ayuda del guía. Fue en ese momento, entre estrechas calles pintadas de diferentes colores por las que solo podíamos caminar en fila cuando nos sentimos en el verdadero Fez, una maravillosa maraña de caminos en el que cada rincón te descubre un nuevo aroma o un nuevo color, como un puzzle para construir Marruecos con los sentidos.
Pese a que habíamos especificado que no teníamos interés en parar en ninguna tienda, el guía no cejó en su empeño de obtener alguna comisión extra y nos condujo a establecimientos de telas, alfombras, cosméticos, objetos de plata e incluso de especias. Aún así, hay que decir que también disfrutamos viendo los productos locales y que se tomaban con bastante educación el hecho de que no quisiéramos comprar nada.
Una de las zonas más ajetreadas en Fez es la que rodea a la Universidad de Qarawiyyin, considerada por la UNESCO como la institución universitaria más antigua todavía en funcionamiento. Fue fundada en el siglo IX por dos mujeres tunecinas y, aunque sólo pudimos ver algunos de sus patios desde fuera, da una impresión de solemnidad y tradición que te da a entender toda la sabiduría que se ha generado allí.
En aquel lugar aprendimos que la ciudad está dividida en cientos de pequeños barrios, y que cada uno de ellos dispone de 5 elementos básicos: una fuente, una mezquita, un horno tradicional, un hammam o baño y una escuela coránica.
Muy cerca nos encontramos frente al lugar en que descansan los restos de Moulay Idriss II, el fundador de la ciudad. Ya nos habíamos adentrado de pleno en el corazón de la Medina de Fez, considerada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En los alrededores de la Universidad visitamos también el Zoco Attarine, repleto de puestos de especias y la Nejjarine Fondouk, un antiguo almacén restaurado y convertido en una preciosa galería comercial en la que destaca el trabajo de la madera que decora todos los balcones.
A continuación, nuestro guía nos preguntó donde queríamos comer. Nuestra idea era acudir a alguno de los restaurantes que habíamos mirado previamente, pero nuestro "nuevo amigo" nos sugirió un restaurante llamado Riad Nejjarine, muy turístico. Pese a ello y a que tuvimos la oportunidad de rechazar esta opción, el edificio era muy espectacular y la comida tenía buena pinta, así que decidimos quedarnos. Hay que reconocer que comimos bastante bien, aunque probablemente por un precio algo elevado (en Marruecos nunca puedes estar seguro de estar pagando el precio justo).
Tras la comida continuamos nuestra ruta visitando una de las famosas curtidurías. Lástima que era festivo y no pudimos ver los coloridos recipientes de tinte en los que se da color a las prendas de piel. La parte positiva es que no tuvimos que soportar el fuerte y desagradable olor que desprende este proceso y que las vistas desde lo alto de la curtiduría eran realmente cautivadoras.
A continuación nos paramos en la Plaza Saffarine, uno de los centros neurálgicos de la Medina de Fez. La plaza está dominada por la enorme puerta de la biblioteca, que según nos explicó el guía, tiene 4 llaves que poseen 4 personas diferentes en Fez, y sólo se abre si se juntan dichas personas. Nunca llegaremos a saber hasta qué punto es cierto este dato, pero nos encantan estas fábulas. La plaza abre paso a un nuevo zoco, en esta caso dedicado a los calderos y a los objetos para cocinar.
Ya estábamos acercándonos al final de nuestro recorrido cuando de repente a Anna se le rompieron las zapatillas, así que tuvimos que hacer una parada en la siguiente tienda de babuchas que encontramos y practicar nuestra habilidad para el regateo.
Con calzado nuevo, al más puro estilo local, cruzamos el río, que divide la Medina en dos mitades. Allí pudimos comprobar cómo el agua estaba contaminada por los residuos que genera el cercano zoco de tintoreros, algo que no impedía a las ranas croar como si se estuvieran quejando del intenso calor.
Así habíamos llegado a la Puerta Bab Rcif, en la otra punta de la Medina. Esta plaza, situada fuera del laberinto de callejones, fue nuestra última parada antes de despedirnos de nuestra guía y pedirle que nos llevara de vuelta al riad para protegernos de las horas de más calor.
Realmente creemos que una visita guiada es recomendable para tu primera vez en esta ciudad, pero también creemos que en muchos casos el miedo a perderse o tener algún problema es bastante infundado y que recorrer la ciudad por nuestra cuenta no hubiera sido ninguna locura.
SOLOS POR FEZ
Por la tarde, ya más confiados para caminar por las calles de Fez, iniciamos nuestra aventura en solitario. Lo primero fue buscar un lugar donde Anna se pudiera hacer un típico tatuaje de henna en la mano. Nos decidimos por una pequeña tienda muy tranquila, alejada de las zonas más turísticas, y fue un acierto, ya que el trato que recibimos fue exquisito. Eso sí, no nos libramos del regateo.
Desde allí comenzamos a caminar hacia el barrio judío, con el objetivo de encontrar el Palais Royal. Nos perdimos un par de veces hasta que un hombre con una pinta un tanto extraña intentó conducirnos por un camino erróneo. Decidimos deshacer nuestros pasos hasta alcanzar un puesto con un policía que nos indicó hacia donde nos debíamos dirigir.
Por fin llegamos a la enorme explanada en la que nos llamó la atención la poca cantidad de gente que disfrutaba de las maravillosas puertas del Palacio Real de Fez. Tras un rato contemplando este bonito edificio, tomamos la decisión de regresar a la puerta de la Medina en taxi, así que tras una "extraña" negociación nos subimos a un destartalado vehículo que nos condujo de vuelta a la zona donde nos alojábamos.
Antes de cenar queríamos tomar una cerveza bien fresquita, tarea realmente difícil en Fez. Tuvimos que volver a atravesar la Puerta Azul y salirnos unos pocos metros de la ciudad antigua para encontrar un local llamado Mezzanine. Para la cena habíamos pensado sentarnos en alguna de las terrazas cercanas a la puerta, y así lo hicimos. En Chez Rachid comimos una pastila exquisita en un local sin muchas pretensiones pero con un ambiente muy animado.
Terminamos el día en la terraza de Khmissa, un tranquilo lugar para tomar algo dentro de la Medina de Fez justo frente a nuestro riad, llamado Dar Ikram. Fue de los pocos lugares donde pudimos sentir algo de aire fresco aliviándonos del intenso calor.
Para el día siguiente teníamos reservada la última actividad antes de salir hacia el renovado aeropuerto de Fez. Tras desayunar en el alojamiento y un corto paseo por el zoco antes de salir de la Medina, tomamos un taxi que nos llevó hasta Borj Nord, el punto más alto de la colina situada justo al lado de la ciudad antigua. Esta montaña está rodeada de un enorme cementerio donde cientos de personas se amontonan para honrar a sus antepasados.
Desde allí arriba tuvimos unas vistas espectaculares de Fez, lo que nos permitió reflexionar sobre una ciudad caótica en la que se pueden ver situaciones inverosímiles en sus estrechos callejones, pero que nos había descubierto un país que posteriormente terminó de enamorarnos tras varios días en Marrakech. Nos preguntamos cómo hubiéramos vivido Fez en caso de haberla visitado en segundo lugar, sin tanto miedo a perdernos por sus laberínticas y preciosas calles.
A continuación os dejamos el mapa con los mejores lugares para visitar en Fez y algunas propuestas de restaurantes donde comer en la Medina:
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