La intensa lluvia que nos acompañó en nuestros últimos kilómetros, mientras nos adentrábamos en el corazón de la provincia de Tarragona, hasta llegar a nuestro alojamiento en las Montañas de Prades, no podían hacernos presagiar el espectáculo que íbamos a disfrutar esa noche.
Y es que la casa rural Xalet de Prades cuenta con unas curiosas casas con forma de iglú y con el techo totalmente transparente en las que, una vez despejado el cielo, pudimos dormir bajo un precioso manto de estrellas. La constelación a la que estaba dedicada nuestro iglú era Canis Major, y dentro de ella la estrella Sirius le daba nombre a la casa. De ella aprendimos que es la más brillante del cielo nocturno vista desde la Tierra.
No mucho sabemos de las constelaciones en general, pero ésta en concreto nos hizo pensar en el mundo literario, pues nos acordamos del famoso personaje de cómic Tintín, que iba a bordo de un barco llamado Sirius en su aventura en busca de El Tesoro de Rackham el Rojo.
También nos planteamos si el nombre de Sirius Black que J.K Rowling le puso a uno de sus personajes en la saga de Harry Potter tiene algo que ver con esta estrella. Por todo esto y mucho más vale la pena disfrutar de manera cómoda y cálida, bajo una cúpula transparente, del espectáculo nocturno que ofrece la naturaleza. Sentirse parte del cosmos por un instante y llegar a conectar con las estrellas de la forma que cada uno considere.
Las casas, por otro lado, están perfectamente equipadas con calefacción y con una cama que se puede mover para situarla en la posición más cómoda para la observación, o disfrutar al mismo tiempo de un baño relajante en la bañera exenta. Un lugar ideal para un fin de semana de relax en pareja. Si además acompañas la estancia con una cena basada en productos de la zona y una tranquila sesión en el pequeño pero agradable spa, no se puede pedir mucho más.
Pero ya que habíamos llegado hasta allí, ni nos planteamos quedarnos todo el fin de semana tumbados a la bartola. En cuanto las estrellas nocturnas se apagaron y vimos los primeros rayos de sol salir por la mañana nos dispusimos a conocer la zona de las Montañas de Prades.
Lo primero que hicimos fue ponernos las botas y lanzarnos a caminar por la montaña, aprovechando la cercanía del pueblo de Prades con algunos puntos singulares como la Roca Foradada o las ermitas de Sant Antoni, Sant Roc y l'Abellera. Hicimos una ruta circular de 90 minutos donde disfrutamos de un entorno natural con colores verdes y rojizos potenciados por la alta humedad tras las lluvias del día anterior, así como de la tranquilidad de sentirnos aislados del mundo.
Además de la Roca Foradada, un enorme hueco natural en una roca de grandes dimensiones, nos encantaron las vistas desde los puntos más elevados, cuando en la segunda parte del camino regresábamos bordeando un acantilado que nos dejaba ver gran parte del terreno que ya habíamos dejado atrás. Además, las ermitas antes mencionadas le dieron un toque cultural a la ruta, siendo la de l'Abellera, construida en el siglo XV, la que más nos llamó la atención, tanto por su arquitectura como por las excelentes vistas.
Concluimos la caminata en la Plaça Major de Prades, un lugar con mucho encanto. Más tarde nos duchamos y salimos en coche hacia una de las poblaciones más importantes de la zona, Montblanc, situada justo en el límite de las Montañas de Prades. Este pueblo medieval amurallado nos sorprendió por primera vez cuando lo vimos a lo lejos desde la carretera, dominado por la Iglesia de Santa María de Montblanc.
Más tarde visitamos esta iglesia, no solo para admirar su preciosa puerta exterior, sino también su interior de estilo gótico. Se trata de una construcción de una sola nave, cubierta con una magnífica bóveda de crucería, con capillas laterales entre los contrafuertes y rematada en su cabecera por un ábside pentagonal. Ésta queda iluminada por esbeltos ventanales con vidriedas policromadas que se encuentran a ambos lados.
Allí nos llamó la atención el uso de la palabra plebà para denominar al párroco, ya que es una distinción de la que muy pocos pueden presumir en la actualidad y que, casualmente recibe también el rector de la Parròquia de Santa Maria de Oliva, el pueblo de Anna.
Continuamos nuestro recorrido por Montblanc hasta que nos topamos con la Pastelería Viñas, cerca de la Plaza Mayor, donde no pudimos resistir la tentación de entrar a comprar alguna de las obras de arte de chocolate que allí ofrecen. Seguimos disfrutando de los bonitos callejones del barrio judío y bordeando la muralla de 1.700 metros de longitud, construida en el siglo XIV, para conocer las diferentes puertas de entrada a la población, entre las que nos encantó el Portal de Sant Antoni, adornado con el nombre de la villa. Concluimos la visita con una agradable comida en El Call de Montblanc, un cuidado restaurante de dos plantas donde recibimos un trato muy agradable.
Teníamos clara cuál iba a ser nuestra siguiente parada, el Monasterio de Santa María de Poblet, una de las abadías cistercienses mejor conservadas del mundo, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Por los pelos llegamos a tiempo de unirnos a una visita guiada que nos llevó por los rincones más escondidos de este lugar de recogimiento. Viendo el estado de conservación, nos pareció casi imposible de creer que el lugar hubiera estado abandonado durante siglos.
En el tour descubrimos algunos detalles curiosos, como que Jaume I está enterrado allí, o como que el edificio cuenta con tres campanarios de tres estilos diferentes. También pudimos conocer cómo es el día a día de los monjes que habitan el monasterio, así como los medios de subsistencia de los mismos y la forma en que se organizan. Realmente mereció la pena pagar por la interesante visita guiada, muy distinta al vídeo que nos pusieron después de la misma, que parecía más bien un anuncio de captación de la Iglesia. Un pequeño borrón en un día genial.
Cuando nos dimos cuenta el cielo ya se había oscurecido, así que era momento de regresar a nuestro iglú bajo las estrellas. Pero antes de disfrutar de nuevo del show, nos acercamos caminando al centro de Prades para cenar en Pep Cardona Restaurant, donde degustamos productos de alta calidad muy bien preparados.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano para aprovechar de nuevo las horas de luz y, tras el copioso desayuno buffet que se ofrece en el Xalet de Prades y unas últimas fotos de despedida a la que había sido nuestra casa esos dos días, tomamos el coche en dirección a Siurana de Prades, una pequeña aldea de menos de 40 habitantes ubicada en lo alto de un acantilado. Casi daba vértigo ver las casas del pueblo conforme nos íbamos acercando a pie desde el parking situado a escasos 300 metros de Siurana.
Una vez allí nos quedamos impresionados con un lugar en el que parece haberse detenido el tiempo. Recorrimos cada callejuela y doblamos cada esquina sin llegar a decidirnos por el rincón más pintoresco de este lugar mágico. Nos acercamos al Mirador de Siurana para disfrutar de unas vistas de infarto hacia el embalse y caminamos bordeando el acantilado, evitando la sensación que daba la altura, hasta alcanzar el Castillo de Siurana, otro de los puntos donde vale la pena parar y relajarse gozando de las panorámicas.
Realmente parece mentira que un lugar tan pequeño y apartado pueda conservar ese encanto y estar tan bien mantenido como Siurana. Una gran noticia para todo aquel que quiera disfrutar de un momento de aislamiento en plena naturaleza.
Pero no se acababa aquí nuestro fin de semana. Lo que estábamos viendo en la provincia de Tarragona nos estaba encantando, así que nos decidimos a realizar una última parada en la capital, donde pasamos unas cinco horas, seguramente demasiado pocas como para conocerla como se merece. Incluso así, tuvimos tiempo de pasear y visitar algunos de los lugares más importantes de la ciudad.
Y la verdad es que fue un verdadero placer. Comenzamos cruzando la Plaça de la Font, antes de recorrer el Carrer Major, donde hicimos una primera parada en la Oficina de Turismo. Allí nos informamos de los horarios de visita a los lugares que más nos interesaban. Continuamos hasta la Catedral de Santa Tecla de Tarragona, que se veía al fondo de la calle. Además del templo de estilo gótico, nos sorprendió el animado ambiente que se vivía allí gracias al mercadillo de productos de segunda mano que se estaba desarrollando.
De la Catedral salimos en dirección al mar, pasando por la Plaça del Fòrum antes de llegar a la Torre del Pretori. En este punto nos detuvimos a admirar la preciosa vista al Mediterráneo, potenciada por el increíble día soleado que nos había salido. Bajamos al Parque del Anfiteatro, desde donde observamos este monumento, parte del Conjunto Arqueológico de Tarragona, declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. De nuevo el Mediterráneo resultaba protagonista de fondo.
Nuestra siguiente parada fue el Circo Romano, un espectacular complejo de restos romanos en el que nos quedamos alucinados subiendo las escaleras que conducen a las graderías, recorriendo una de las cámaras subterráneas que formaban parte del antiguo estadio donde en la antigüedad se divertían los habitantes de Tarraco viendo carreras de cuádrigas o subiendo en ascensor a la Torre del Pretori, desde donde tuvimos una preciosa vista de 360º de la ciudad. Una verdadera joya.
Completamos el fin de semana comiendo en la Plaça del Fòrum y con algunas compras en las encantadoras tiendas del Carrer Major antes de regresar a Valencia, con la sensación de que la provincia de Tarragona, un área de España que no conocíamos demasiado, bien merece una visita mucho más extensa en la que descubrir con más detalle la cantidad de rincones maravillosos que esconde esta zona del sur de Cataluña.
A continuación os dejamos un mapa con los principales lugares que ver y donde comer en una visita de fin de semana a las Montañas de Prades y la ciudad de Tarragona.
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