Este viaje estaba planificado desde enero de 2020, pero la pandemia del Covid lo puso en riesgo hasta casi el último momento. Por suerte, justo una semana antes de iniciar nuestra peregrinación, a principios de julio, el Camino se puso de nuevo en funcionamiento, con las restricciones propias de esta época, pero con el mismo espíritu abierto y relajado que Anna vivió un año antes en su incursión por el Camino del Norte.
En nuestro caso decidimos hacer el último tramo del Camino Francés, entre Sarria y Santiago de Compostela, y realmente fue una experiencia inolvidable.
Respecto a los alojamientos, debido a la incierta situación, y para minimizar los riesgos, decidimos planificar las etapas con antelación y reservar habitaciones privadas en cada uno de los lugares de destino en los que íbamos a ir parando a lo largo de esta aventura.
Pero antes de eso, había que aclarar cómo llegar desde Valencia a Sarria. Finalmente nos decidimos por una opción un tanto rocambolesca, pero que resultó ser muy cómoda y rápida. Volamos de Valencia a Santiago. Allí alquilamos un coche con el que nos desplazamos a Lugo, y por último tomamos un tren de menos de 30 minutos a Sarria.
Además, pudimos aprovechar un par de horas para conocer lo más famoso de Lugo en una visita express por esta ciudad cuyo casco histórico es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Entramos en el centro por la Puerta de San Fernando, una de las entradas a la parte de la ciudad protegida por la Muralla Romana de Lugo, del siglo I a.C. Callejeamos sin un rumbo fijo, disfrutando de los bonitos y cuidados edificios que nos rodeaban. Sin embargo, en pocos pasos nos vimos atraídos de nuevo por la muralla.
Accedimos a la parte superior de la misma y descubrimos un paseo por las alturas que nos recordó mucho al que vimos en nuestro viaje a la localidad toscana de Lucca. Había gente paseando, haciendo deporte y disfrutando de este histórico edificio, pero los únicos dos turistas éramos nosotros. Bajamos y tomamos dirección a la Catedral de Lugo, que nos encantó, especialmente por la amplitud de la plaza que la flanquea.
Atravesamos una estrecha calle en dirección al este que nos condujo a la Plaza Mayor, una esplanada cuidada al detalle, llena de referencias literarias y rodeada de bonitas construcciones como el Ayuntamiento de Lugo.
Pero nuestro tiempo era muy limitado, así que tuvimos que abandonar Lugo antes de lo que nos hubiera gustado para tomar el tren a Sarria, donde íbamos a alojarnos en la Pensión la Estación. En el mismo alojamiento nos gestionaron la credencial de peregrinos, y nos recomendaron visitar la Pulpería Luís. Por suerte hicimos caso a esta sugerencia, y nos comimos un delicioso pulpo a la gallega acompañado de pan recién horneado y regado con la cerveza que nos acompañó durante todo el viaje, Estrella Galicia. Nuestras andanzas no podían empezar mejor.
El resto del día lo dedicamos a pasear por el Malecón del río Sarria y a descansar tumbados en uno de los prados cercanos al pueblo, deseando comenzar a caminar por tierras gallegas en dirección a la Plaza del Obradoiro.
Acompáñanos en nuestra peregrinación y te explicaremos dónde comer y dormir en el Camino de Santiago, y cuales fueron nuestras sensaciones atravesando Galicia a pie.
ETAPA 1. Sarria - Puertomarín (23 km - 5h09')
Arrancamos nuestro Camino en Sarria, en la Calle Mayor, junto a las Iglesias de Santa Mariña y San Salvador. En ese momento inicial la emoción estaba a flor de piel y nada podía borrarnos la sonrisa de la cara. En cuanto cruzamos el Ponte da Áspera, sobre el río Celeiro, nos dimos cuenta que nos habíamos adentrado completamente en el Camino Francés.
En breves minutos nos vimos bordeando la vía del tren, antes de iniciar una cuesta que nos dio una pista de lo dura que iba a resultar esta etapa, llena de subidas y bajadas. Durante las 5 horas de caminata nos cruzamos con varios perros abandonados, con multitud de granjas de vacas y pequeñas poblaciones como Ferreiros, pero realmente con muy pocos peregrinos, algo inusual en el Camino en esta época del año.
Una de las cosas que más ilusión nos hizo de la etapa fue alcanzar el punto exacto en el que nos quedaban 100 km hasta Santiago. En esta barrera psicológica nos paramos a hacernos una foto, justo en el mismo momento en que otra pareja de peregrinos con la que nos cruzamos unas cuantas veces llegaba para hacer lo mismo que nosotros. Intercambiamos con ellos fotos y un ¡Buen Camino! y seguimos adelante.
A las 4 horas de camino, después de otra de las numerosas cuestas y de una parada en una tiendecita de A Pena que acababa de abrir tras el confinamiento, por fin pudimos divisar al fondo nuestro destino. Y es que Puertomarín está situado a la vista de todos, en un valle junto al río Miño.
Pero todavía nos quedaba la parte más complicada de la jornada, y es que Anna comenzó a notar dolor en una de las rodillas cada vez que el camino era descendente. Los últimos 2 kilómetros fueron un pequeño suplicio, ya que la bajada era muy pronunciada. Continuamente teníamos que detenernos para que la molestia no fuese a más. Pero todo aquello quedó olvidado momentáneamente cuando vimos de cerca el Puente Nuevo de Puertomarín.
Cruzar el Miño y subir las escaleras de entrada al pueblo, ya acompañados por otros peregrinos, fue uno de los momentos más emocionantes del día.
Después de relajar las piernas contemplando la plaza principal, y tras comer el menú del peregrino en un céntrico bar y comprar una rodillera para Anna, nos tumbamos a descansar en un parque junto a la piscina municipal, disfrutando de las amplias vistas al río y la Ribeira Sacra.
Nuestro alojamiento, la Casa do Marabillas, estaba ubicado en lo alto de Puertomarín, así que decidimos cenar temprano en el restaurante O Mirador para poder irnos pronto a dormir, cruzando los dedos para que la dolorida rodilla de Anna no pusiera en peligro la aventura que acabábamos de iniciar.
ETAPA 2. Puertomarín - Palas de Rey (26km - 5h29')
Arrancamos bien temprano, antes de que saliera el sol en Puertomarín, con cierta tensión, conscientes de los problemas que podría suponer que se agravara la molestia de Anna en la etapa más larga de nuestro recorrido. ¿Seríamos capaces de llegar sanos y salvos a Palas de Rey? La primera prueba de fuego llegó nada más arrancar, con una fuerte bajada hasta casi la orilla del río Miño.
Pero las sensaciones fueron inmejorables, el descanso del día anterior unido a una rodillera milagrosa le dieron a Anna la confianza necesaria para seguir adelante más animada que nunca. Además, ver un precioso amanecer sobre el Miño nos impulsó sin duda a avanzar hacia nuestro objetivo.
La primera mitad de la etapa fue dura, con continuas pendientes ascendentes a través de un sendero que en su mayoría discurría a escasos metros de una carretera, en el tramo posiblemente menos agradable de toda la semana.
Pero lo más complicado llegó en Gonzar, donde comenzaba una empinada subida que nos llevó hasta los pies del Castro de Castromayor, un yacimiento arqueológico donde se puede ver un pequeño castro que estuvo habitado hasta el siglo I d.C.
Sin embargo, pocos pasos después, nada más abandonar una pequeña población llamada O Hospital y cruzar un puente sobre la carretera nacional, el terreno se volvió más llano. Las piernas notaban el cansancio, pero la continua sucesión de pueblecitos hizo algo más llevadero el camino.
Pasamos junto a Ventas de Narón, Ligonde o Airexe. Allí nos detuvimos a contemplar la bonita Iglesia de Santiago de Ligonde. Estábamos disfrutando a tope entre prados llenos de vacas y esas pequeñas poblaciones que parecen apartadas del ruido del mundo exterior, pero la realidad era que aún quedaban casi 10 km. Nos armamos de valor y continuamos avanzando con paso firme hacia Palas de Rey.
La llegada fue algo engañosa, ya que cuando creíamos que estábamos entrando al pueblo, nos dimos cuenta que aún quedaba más de un kilómetro entre campings y albergues de peregrinos.
En Palas de Rey nos alojamos en O Castelo, una pensión en la que nos dejaron entrar a nuestra habitación un poco antes de la hora prevista y nos recomendaron ir a comer a la Pulpería a Nosa Terra. Allí, en un ambiente muy familiar, saboreamos de nuevo un pulpo exquisito y unos pimientos del padrón que estaban para chuparse los dedos.
El resto del día lo dedicamos de nuevo a descansar, ver como anochecía y relajarnos tras el esfuerzo que habíamos hecho esa mañana. La mejor noticia, los dolores de rodilla de Anna estaban olvidados.
ETAPA 3. Palas de Rey - Melide (15km - 3h11')
Por fin, tras dos etapas de más de 20 km, teníamos un día algo más tranquilo, ya que habíamos decidido dividir la etapa entre Palas de Rey y Arzúa en dos. Tras los esfuerzos previos, los 15 km hasta Melide se nos antojaban incluso sencillos, así que bien temprano estábamos pasando junto a la bonita iglesia de Palas de Rey con la motivación a tope.
Tras abandonar la orilla de la carretera nacional, iniciamos un devenir de frondosos bosques en los que casi no llegaba la luz del sol. La etapa fue un devenir de bosques, prados y pequeñas poblaciones en las que nos veíamos obligados a parar y observar los hórreos. En muchos de ellos todavía hoy se guarda el maíz para protegerlo de la humedad y de los animales.
Hicimos una parada en O Coto, ya que nos encontramos con uno de los pocos peregrinos con los que nos cruzamos ese día. No pudimos intercambiar demasiadas experiencias con él, ya que se trataba de una estatua de piedra a tamaño real, así que tan solo nos hicimos un par de fotos a su lado y continuamos la marcha.
Poco después cruzamos un gracioso puentecito en los alrededores de Leboreiro, donde intercambiamos fotos con un par de peregrinos gaditanos, estos sí de carne y hueso.
Pasamos junto al polígono industrial y comenzamos a ver gente paseando y corriendo por una cuidada zona ajardinada, de lo que dedujimos que nuestro destino se acercaba inexorablemente.
Pero nos esperaba una grata sorpresa antes de llegar. En Furelos, una preciosa aldea a las afueras de Melide, cruzamos el Puente de San Juan de Furelos, sobre el río del mismo nombre. Esta construcción lleva viendo a peregrinos cruzar el río desde el siglo XII y tiene nada menos que 50 metros de largo.
Habíamos llegado temprano a Melide, así que paramos a almorzar en la Pulpería Ezequiel, uno de los lugares míticos del Camino Francés. Lo que se inició como un almuerzo acabo siendo una copiosa comida a base de pulpo, pimientos, lacón, unas cervezas fresquitas y un chupito de crema de orujo para terminar.
Esa tarde nos vimos con algo más de fuerzas, así que dimos un agradable paseo por el pueblo. Tras pasar de nuevo junto a la Capilla de San Roque, nos introdujimos en el centro de la población, donde nos sedujo la bella Plaza del Convento, que además de albergar el Ayuntamiento y un museo sobre Melide, tenía alguna tienda muy interesante.
Para cenar no pudimos elegir mejor. Casi saliendo de la ciudad, en el Restaurante Alongos nos recibieron como si estuviéramos en nuestra propia casa, con un trato cercano y agradable, muy por encima de nuestras expectativas. Para mayor satisfacción, la comida estaba riquísima también. Probamos unas zamburiñas y una hamburguesa de gallo celta exquisitas. Un lugar para repetir.
ETAPA 4. Melide - Arzúa (15 km - 3h05')
De nuevo teníamos por delante una etapa corta, y es que la decisión de dividir la etapa más larga en dos nos permitió tomarnos el Camino con más tranquilidad. Las piernas estaban frescas tras el descanso del día previo, pero aún así decidimos tomarnos una pequeña licencia y salir un poco más tarde de lo habitual hacia Arzúa.
Iniciamos la ruta por la calle principal de Melide, pasamos junto al castillo y una bonita ermita. A partir de ese momento nos dio la sensación de que se había hecho de noche. Nos habíamos adentrado en un bosque en el que la frondosidad de la vegetación prácticamente impedía el acceso a los rayos de luz.
Dentro de ese bosque cruzamos el pequeño río Catasol por un puentecito de piedras sueltas en el que se respiraba tal paz que por momento nos pareció que estábamos en un paraíso.
La tónica de la primera parte de la etapa fue esa, bosques y más bosques, a cada cual más espectacular que el anterior. Pero las cosas cambiaron de manera radical a partir del séptimo kilómetro de caminata.
Desde ese momento, las subidas y bajadas se sucedieron, aderezadas con unas vistas magníficas a prados y colinas. Ese día de nuevo fuimos conscientes del efecto de la pandemia del Covid sobre el Camino de Santiago. En toda la mañana nos cruzamos con no más de 10 peregrinos, entre ellos una familia con un carro de bebé adaptado para esta actividad.
En cuanto cruzamos el río Iso nos dimos cuenta que estábamos a punto de llegar a Arzúa. De nuevo la etapa había sido relativamente cómoda, así que nos sentimos con fuerzas para disfrutar del resto del día. Nos alojamos en pleno centro, en un hostal llamado Cima do Lugar, recién reformado y con una habitación amplísima. Ideal.
Después del merecido menú del peregrino y de una buena siesta, dimos una vuelta por la zona más bonita del pueblo, en el que la Capilla de la Magdalena se distingue como el edificio más hermoso. En una pequeña explanada cerca de la carretera comprobamos que en esta localidad había mucho más ambiente que en los anteriores. Lo entendimos en seguida cuando nos explicaron que Arzúa es el lugar en el que se cruzan el Camino Francés y el Camino del Norte.
La cena la reservamos en el Restaurante Nené, donde cenamos platos variados y de fusión, con un servicio del más alto nivel. Nuevamente regresamos a la habitación pronto para descansar. Al día siguiente volvíamos a las etapas de más de 20 kilómetros.
ETAPA 5. Arzúa - O Pedrouzo (20 km - 4h11')
Cada vez nos quedaba menos camino por recorrer, y eso hacía que nos recorriera por el cuerpo un nerviosismo que no habíamos tenido hasta ese momento. Y es que por un lado estábamos ilusionados por llegar a Santiago, pero también nos daba pena que esta experiencia se fuera agotando.
No podíamos dejar de disfrutar al máximo cada paso, seguir respirando aire puro y cargarnos de buena energía, incluso acompañados por una ligera llovizna y frío durante las primeras dos horas de ruta hacia O Pedrouzo.
Caminamos rápido entre bosques de eucaliptos, mientras Anna intentaba despejarse del todo, ya que un relajante muscular que había tomado la noche anterior para aliviar unas molestias en la espalda la había dejado groggie. Fue un tramo complicado, pero de nuevo la motivación pudo más que las piedras en el camino.
Poco a poco las bicis fueron tomando el sendero, y un continuo goteo de ciclistas nos fue adelantando, dando sus últimas pedaladas antes de conseguir la Compostela. Entre este pequeño pelotón apareció un chico de Toledo con el que comenzamos a conversar.
Por lo visto, el día anterior se confundió de camino y tuvo que andar casi 8 kilómetros extra, y por si esto ya fuera poco, las ampollas le estaban recordando cada paso que daba. Sin embargo, se tomaba la situación con la máxima positividad, como una anécdota más dentro de su viaje.
Fue realmente gratificante compartir experiencias con las pocas personas con las que nos cruzamos, y saber cómo cada uno enfoca este camino de peregrinaje.
La entrada en O Pedrouzo resultó muy agradable. Nos recibieron unas paredes pintadas con murales que de nuevo nos recordaron lo cerca que estábamos de Santiago.
Anna ya se había recuperado, así que, teniendo en cuenta que había sido una etapa extraña y complicada, tanto por su estado como por la llovizna que nos había acompañado durante parte del recorrido, decidimos buscar un lugar donde disfrutar de una buena comida al aire libre, aprovechando que las nubes habían dejado paso a un radiante sol.
Encontramos el lugar idóneo en Santaia en Casal de Calma, un hotel con restaurante con una terraza que parecía hecha a medida de nuestros deseos. Chuleta de ternera, costillas a la lima y sardinas son algunos de los manjares que nos hicieron disfrutar al máximo. Salimos casi rodando de allí, así que nos fuimos directos a la Pensión Maruja a descansar un rato.
Antes de cenar e irnos a dormir dimos un paseo por O Pedrouzo, un lugar muy condicionado por la carretera que lo cruza, dividiéndolo en dos. No es un lugar que destaque por su belleza, pero nosotros estábamos igualmente eufóricos; nos quedaba una última etapa para llegar a nuestro destino final.
ETAPA 6. O Pedrouzo - Santiago (20 km - 3h53')
A las 6:30 am sonó el despertador, pero ya estábamos despiertos. Nuestro cuerpo sabía lo que venía a continuación y se había activado bien temprano. Arrancábamos la última etapa del Camino de Santiago.
Nos entretuvimos en los primeros kilómetros leyendo las motivadoras inscripciones que alguien había hecho en cada uno de los hitos que marcan la distancia hasta Santiago.
El entorno no podía ser más evocador, ya que caminábamos rodeados de eucaliptos y helechos que casi invadían el sendero.
No nos dimos casi ni cuenta y ya estábamos bordeando el Aeropuerto de Santiago, que rompe la línea recta hacia la capital de Galicia. Nos quedamos asombrados al ver que teníamos una pista de aterrizaje a menos de 300 metros. Pese a ello, el sendero era agradable.
Nada más pasar Lavacolla se inició la que sabíamos que era la última subida fuerte de esta aventura, la que nos dejaría a los pies de la ciudad. Aunque las piernas estaban cansadas, la ilusión nos llevó en volandas hasta lo más alto del Monte do Gozo. Allí Anna comenzó a notar de nuevo molestias en la rodilla, así que paramos un momento a que se pusiera la rodillera antes de comenzar la bajada final. Llegados a este punto ya no había espacio para las dudas, íbamos a llegar a nuestro destino como fuese.
Durante la bajada vimos ya a lo lejos Santiago, y por primera vez tuvimos la sensación de que prácticamente habíamos llegado a nuestra meta, pero faltaba por recorrer unos kilómetros por la ciudad. El tránsito hacia el punto final del Camino se hizo algo más largo de lo esperado.
Cuando por fin pasamos junto a la Plaza Porta Camiño iniciamos un precioso recorrido por el Centro Histórico de Santiago de Compostela, lleno de edificios singulares, calles con soportales y indicaciones hacia la Catedral. Estábamos a punto de llegar.
Los últimos pasos por la Plaza de la Inmaculada no pudieron ser más palpitantes. El sonido de la gaita nos acompañó en nuestra entrada en la Plaza del Obradoiro. En el mismo instante en el que nos detuvimos en el centro de la plaza cayeron algunas lágrimas de alegría y excitación por el esfuerzo realizado. Frente a nosotros se levantaba imponente la Catedral de Santiago, que estaba en medio de los preparativos para el año 2021, año Xacobeo. Fue un momento muy emotivo y conmovedor, algo inexplicable.
Tras recoger la Compostela, el documento que certifica que hemos hecho la peregrinación, y visitar la Catedral de Santiago, nos dirigimos a nuestro alojamiento para pegarnos una merecida ducha y pasar la tarde disfrutando de la gastronomía y la belleza de esta ciudad, que al igual que las rutas jacobeas, forma parte de la lista de lugares considerados como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El Camino de Santigo fue una experiencia viajera increíble, llena de momentos que recordar, de horas de conversación y de muchos kilómetros dejados atrás. Como siempre pasa, el final del camino supuso una mezcla de felicidad y tristeza, ya que cuanto más cerca está el final de un viaje menos ganas tenemos de que se acabe.
Lo que está claro es que esta es una de esas vivencias que nos marcará, y más en un año muy condicionado por una pandemia que ha limitado mucho los desplazamientos. Seguro que volveremos a pisar Camino en el futuro.
Resumen de nuestro Camino de Santiago:
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A la primera persona a la que vi escribir un diario de viaje.