Todo viajero estará de acuerdo en que la percepción sobre cualquier lugar puede ser completamente diferente en función de la época del año en que se visite o de la meteorología.
Nosotros hemos podido comprobarlo gracias a las dos últimas visitas a Baviera, con menos de 6 meses de diferencia.
La primera se produjo recién pasado el verano, para correr la Media Maratón de München, una bonita carrera con un final espectacular en el Estadio Olímpico. Y la segunda en pleno invierno, aprovechando las ofertas de Black Friday de Lufthansa para pasar un fin de semana de esquí en la estación de Brauneck / Lenggries.
Esta estación de esquí se encuentra situada en el mapa a 65 km de Munich hacia el sur, muy cerca de la frontera con Austria, en el inicio de los Alpes. La gran ventaja es que se puede llegar en transporte público (S-Bahn) en poco más de 1 hora desde el centro de la capital bávara.
VISITA EN VERANO
Como explicamos en nuestro post sobre Regensburg, tras haber vivido en esta región de Alemania durante un año, tenemos la costumbre de visitarla muy a menudo, y la mayoría de ciudades de los alrededores las conocemos relativamente bien. Por ello, y aprovechando la excelente temperatura que tuvimos en esta ocasión, decidimos buscar alternativas. Nuestro anfitrión nos propuso hacer una Wanderung (excursión / caminata) por la montaña, y nos pareció una excelente idea.
Cómo durante la época veraniega sigue siendo posible entrar en Brauneck / Lenggries para realizar actividades al aire libre en un entorno natural incomparable, nos decidimos por este lugar.
Iniciamos el recorrido en el punto donde nos dejó el teleférico, con una corta pero empinada subida de 350 metros hasta la cruz que marca el punto más alto de la montaña de Brauneck, a 1.555 metros de altitud. A escasos metros de allí encontramos un grupo de personas que aprovechaban el buen tiempo para bajar de la montaña practicando parapente admirando las asombrosas vistas de los primeros montes de los Alpes, incluido el Zugspitze, el pico más alto de Alemania.
Tras un pequeño tramo de camino llano, comenzamos a subir de nuevo bordeando una ladera, sin perder de vista la increíble panorámica alpina. En el punto más alto de nuestro recorrido hicimos una parada para almorzar, ya que desde allí la visibilidad era magnifica en la dirección de todos los puntos cardinales. "Aprovechamos" para hacernos una foto apoyando las piernas sobre unas cuantas ortigas, consiguiendo que los siguientes minutos fueran aún más entretenidos.
Tras este pequeño percance sin importancia, iniciamos un descenso de 1,5 kilómetros, ideal para hacer un poco de trail running y estirar las piernas de cara a la 21K que íbamos a correr el día siguiente. Este descenso terminó cuando llegamos al Stie-Alm, un Biergarten en medio de las montañas. Tomarse una Weißbier en pantalón corto, a más de 1.500 metros de altitud, frente a los Alpes y mientras lees un libro y el sol te calienta la cara, podría catalogarse como un auténtico paraíso. Además, para los más aventureros, este local ofrece estancias con todas las comidas incluidas a precios más que razonables, tanto en invierno como en verano.
Pero esta no es la única posada que hay en el camino. En los escasos 2 kilómetros que nos separaban desde allí hasta el punto final de nuestra caminata aún nos cruzamos con varias cabañas más, sintiéndonos muy tentados a volver a sentarnos y disfrutar del día veraniego que nos había salido.
Fue una experiencia para recordar, en gran parte gracias al buen clima que tuvimos, pero también porque el entorno acompañaba en esta estación situada en la zona de Alta Baviera (Oberbayern). En verano, el precio de la entrada a la estación incluyendo el transporte de ida y vuelta en teleférico es de 20€, que bajo nuestro punto de vista merece la pena gastar.
VISITA EN INVIERNO
Poco después de regresar a Valencia de este viaje, Lufthansa nos tentó de nuevo con un descuento de 30€ en el Black Friday, así que nos lanzamos a aprovecharlo y buscamos un fin de semana en el que hacer una visita a nuestros amigos de Munich, que siempre nos acogen en su casa, y de paso poder disfrutar de la nieve y el esquí.
Mientras cenábamos unas deliciosas pizzas (especialmente la Salsiccia Picante) en el restaurante Osteria de München Hauptbahnhof, estuvimos valorando la opción de irnos a esquiar a Zillertal, en Austria, pero teniendo en cuenta el poco tiempo del que disponíamos, decidimos ir a lo sencillo y acercarnos a Lenggries para conocer desde un punto de vista totalmente diferente Brauneck Bergbahn.
Una vez allí, y tras conseguir alquilar los equipos, pese a las dificultades de comprensión con un hombre muy amable pero con un acento bávaro que puso a prueba mis conocimientos de alemán, comenzamos a tomar contacto con la nieve (Coste del Fortfait 40€ / 1 día & Alquiler de equipo 25€ / 1 día).
La estación resultó no estar excesivamente llena de gente, en comparación con los estándares a los que estamos acostumbrados en España, y pudimos esquiar con relativa libertad hasta cansarnos y recorrer prácticamente toda la estación, haciendo varias paradas para repostar.
En la primera de ellas tomamos una salchicha, una cerveza y un chocolate caliente en el Milchhäusel am Brauneck, mientras una grupo de música tradicional bávara, ataviado con sus trajes típicos (Lederhose para ellos y Dirndl para ellas) tocaba sus canciones para plantarle cara al frío.
La siguiente parada llegó tras las siguientes 2 horas de esquí, las mejores del día, ya que coincidieron con el periodo en que los alemanes suelen parar para comer. Cuando ellos volvían de comer, nosotros nos acercamos a una cabaña llamada Strasser Alm, donde tomamos una Nudelsuppe bien caliente, acompañada de una nueva cerveza (con lo buena que está allí, no hay que perder ocasión para probar una nueva cerveza). Las vistas desde ese lugar nos recordaron a la visita veraniega que hemos descrito antes, y fue en ese momento cuando echamos de menos un poco de sol.
Pero se nos pasó en cuanto nos pusimos de nuevo los esquís y seguimos tirándonos por las preciosas pistas de Brauneck / Lenggries, que cuenta con 34 kilómetros esquiables, la mayoría de ellos en pistas rojas, perfectas para poner a prueba nuestro nivel. Casi sin que nos diéramos cuenta comenzó a oscurecerse el día y llegó el momento de regresar a München.
Cerramos el día comiendo un apetitoso Schnitzel relleno de queso Obatzda (uno de los clásicos en Baviera) en el restaurante contiguo a la fábrica de cerveza Giesinger Brau. Allí preparan, entre otras muchas cosas, una cerveza de estilo Eisbock, es decir, congelada. Sacan a la mesa el bloque de hielo y dejan que comience a derretirse. Como el alcohol se derrite antes que el agua, lo que sale de allí es un concentrado de alta graduación del que sólo puedes probar un pequeño vaso. Es algo caro, pero vale la pena probarlo una vez.
De allí salimos a dar una vuelta para bajar la cena. Anduvimos desde Isartor hasta Karlsplatz, pasando por la famosa Marienplatz, y, rendidos por el largo día de deporte en las montañas, decidimos regresar a casa a descansar.
Volvimos a Valencia con una sensación bastante extraña, la de haber conocido en un estado completamente distinto un lugar que en nuestros recuerdos era caluroso y soleado.
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